Querida Lucía:
Recuerdo un día, no muy lejano, en el que las dos nos esforzábamos: vos por dormirte en mi falda, y yo por hacerte dormir cantando el arrorró (cualquiera diría que soy una madre de antaño, pero el arrorró es inevitable y ni por todas las canciones del mundo la cambiaría para hacerte dormir).
Recuerdo ese día en el que, tediosamente, las dos hacíamos el esfuerzo de hamacarnos juntas en la silla del patio, bajo del limonero. Y fue en un instante que te bajaste de mi falda, con los cachetes colorados como dos mazanas enormes de haberte apoyado tan fuerte contra mi pecho, me miraste y me dijiste "Ahora quiero jugar".
No fue un pedido, más bien fue una orden. Me decías: "No me hinches, yo no quiero dormir, y me voy a ir a jugar, pase lo que pase y pienses lo que pienses". Me lo decías con la carita como manzanas, y con el pelo pegoteado en la frente y despeinado en la nuca. Con los rulos desparramados en tu cabeza como tirabuzones aplastados.
Y entonces me agarraste de la mano y agregaste: "Acompañame".
Tampoco era un pedido, era una orden. Pero era la orden más hermosa que jamás me habían dado en la vida. Era un "Acompañame, a jugar, a la vida. Dame la mano y acompañame, que no es lo mismo si juego sola".
Y de a saltos íbamos a buscar tus juguetes mientras cantabas "Estaba la Reina Bata-ta sentada en su plato de la-ta..." y te olvidabas la letra, entonces, yo te la recordaba: "... el co-cinero la miró..."... y vos te acordabás "... y la reina se aba-tató..."... y te olvidabas de la siesta. Y me olvidaba de la siesta. Y las tardes eran mucho más largas entonces...
Y vos ¿te acordás?...
tu madre te quiere, siempre te quiere.
Recuerdo ese día en el que, tediosamente, las dos hacíamos el esfuerzo de hamacarnos juntas en la silla del patio, bajo del limonero. Y fue en un instante que te bajaste de mi falda, con los cachetes colorados como dos mazanas enormes de haberte apoyado tan fuerte contra mi pecho, me miraste y me dijiste "Ahora quiero jugar".
No fue un pedido, más bien fue una orden. Me decías: "No me hinches, yo no quiero dormir, y me voy a ir a jugar, pase lo que pase y pienses lo que pienses". Me lo decías con la carita como manzanas, y con el pelo pegoteado en la frente y despeinado en la nuca. Con los rulos desparramados en tu cabeza como tirabuzones aplastados.
Y entonces me agarraste de la mano y agregaste: "Acompañame".
Tampoco era un pedido, era una orden. Pero era la orden más hermosa que jamás me habían dado en la vida. Era un "Acompañame, a jugar, a la vida. Dame la mano y acompañame, que no es lo mismo si juego sola".
Y de a saltos íbamos a buscar tus juguetes mientras cantabas "Estaba la Reina Bata-ta sentada en su plato de la-ta..." y te olvidabas la letra, entonces, yo te la recordaba: "... el co-cinero la miró..."... y vos te acordabás "... y la reina se aba-tató..."... y te olvidabas de la siesta. Y me olvidaba de la siesta. Y las tardes eran mucho más largas entonces...
Y vos ¿te acordás?...
tu madre te quiere, siempre te quiere.