e shtunë, 9 qershor 2007

Lucía de mi vida:

Hoy estoy enojada con vos, por que te enojaste conmigo.
Viniste a hacerme un cuestionamiento, que lo pensé absurdo un momento, pero después recordé que alguna vez yo también se lo hice a mi madre. Lo que no recuerdo es si ella se enojó conmigo, o no.
Me preguntaste, con los cachetes caídos por el enojo, y un puchero en la cara como cuando estás por largarte a llorar, "¿Por qué me pusiste Lucía?, ¿Por qué no me llamo como Carolina? ¡Yo quería llamarme Carolina!"...
...Y es que acaso sos muy chica para que mi respuesta pueda contentarte y sacar de tu carita esa expresión de enojo (que a veces te hace ver muy graciosa).
Te llamás Lucía, no desde que naciste, sino desde mucho antes. Ni siquiera cuando eras un ser diminuto, sin forma de Lucía, ni ojos de Lucía, ni rulos de Lucía...
Te llamás Lucía desde mucho antes de ser persona, de tener las manitos chiquitas de dedos largos, de los cachetes colorados, de los huequitos en la comisura de los labios.
Te llamás Lucía desde que eras un sueño, un sueño tan mío como ninguno. Desde la primera vez que te pensé y que te imaginé chiquita y con rulos. Es como si tuvieras un documento de identidad aún antes de nacer.
Y en esto voy a ser terminante, como casi con ninguna otra cosa. Te llamás Lucía, y punto. Carolina se llama Carolina por que su mamá la imaginó Carolina desde antes de nacer, o no. Pero vos te llamás Lucía y es de la única forma que podrías llamarte, por que ese nombre te describe, te dibuja en mi imaginación desde que empecé a pensarte y a quererte. Por que tenés cara de Lucía, cuerpo de Lucía, carácter de Lucía. Por que si volvieras a nacer, te volvería a llamar Lucía.
Y eso es suficiente para no llamarte ni Carolina, ni Natalia, ni Josefa, ni Candelaria.

Y aunque tu madre está, todavía, un poco enojada, te quiere con el corazón.