La función del arte
Diego no conocía la mar.
El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
—�Ayúdame a mirar!
Eduardo Galeano
Y de mi heredaste alguna que otra cosa más: tus rulos, la ansiedad y la necesidad de sentirte querida por todos.
Pero es claro -y esto no se discute- que el amor por el sur lo heredaste de mí.
Que desde el primer día que viniste conmigo a conocerlo, te asombraste con su inmensidad y deseaste no irte nunca más de allí.
Con los ojos abrazaste el paisaje que se dibujaba frente nuestro y empezaste a amar todo eso, tanto, que no quisiste alejarte ni dos pasos de ese lugar.
Yo no se, algunos dicen que soy la culpable, que te sugestioné demasiado, que te pinté un mundo de fantasía, que te obligué a querer el sur como lo quería yo. Pero no se, ya te digo. Es difícil saber si es parte mi influencia lo que te hace amar tanto esta arena, este sol, este mar...
"Mamá ¿te molesta el viento?", me preguntás. "No, hija".
"Ahhh... a mi tampoco!". Y sonreís mostrando la incipiente caída de dientes de leche.
"Entonces estamos bien", agregás derepente.
Y salís corriendo por la playa, pareciendoté a un equeco rojo de tanta ropa que llevás puesta.
Y tus rulos al viento se escapan de la capucha.
Y salgo corriendo por la playa, detrás tuyo. Y mis rulos al viento se me escapan de la capucha.
Y llegás al mar.
Y llego al mar.
Y es ahi, al borde del mundo, con el viento, con la arena, con una mano pequeñisima de guantes amarillos entre mis dedos, donde me doy cuenta.
"Entonces estamos bien", digo. Y el viento se lleva mis palabras...
Te quiero, y amo nuestra nueva aventura...